La
lección de un maestro
LUIS N. FABRIZIO
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LUIS N. FABRIZIO.
UN
POLÍTICO HONORABLE
QUE SE DEDICÓ A ESCRIBIR.
Por
Enrique
Arenz.
El 31 de enero pasado falleció Luis Nuncio Fabrizio, ex intendente de Mar del Plata.
Fue un político honorable y un hombre de bien que me honró con su amistad.
Escribí este artículo en su homenaje:
Daba gusto
conversar con él. Además de culto, amable, y buena persona, era un auténtico
demócrata respetuoso de las ideas y opiniones de los demás. Uno podía sentarse
a tomar un café con este socialista convencido y hablar de política sin que el
menor atisbo de intolerancia amenazara con arruinar el encuentro.
Si había un pluralista
cultor del diálogo, ese era Fabrizio. Tenía la viva curiosidad por conocer el
pensamiento de su ocasional interlocutor y tomaba seriamente su punto de vista.
Y poseía una rara habilidad: cuando el apasionamiento del otro amagaba con
poner algo tensa la conversación, cambiaba de tema de manera suave, respetuosa,
casi imperceptible.
A veces con sentido del humor, que era su mejor barrera a
la insipiente tirantez.
El intercambio de ideas y la destreza para evitar
asperezas o discusiones, eran en él un arte superior.
Hablar mal de alguien o
mostrar la sangre de alguna de sus heridas no era música de su repertorio.
Disfrutaba de la conversación amigable, ya fuera con peronistas, marxistas o
liberales como yo.
Nos conocíamos
del barrio, Colón y La Pampa, donde él tenía su carpintería.
Habrá sido en 1957
o 58, aunque por entonces yo era un adolescente y por eso no tuvimos un trato
muy cercano.
Cuando desilusionado por ciertas ingratitudes y negaciones se
alejó de la política activa y comenzó a escribir ficciones fue cuando nos
hicimos amigos y comenzamos a vernos cotidianamente.
Nunca antes él
había escrito narraciones, aunque sí ensayos políticos y muchas buenas notas
periodísticas.
Su iniciación en el cuento y la novela fue una sorpresa para mí,
y presumo que también para muchos de sus amigos.
Estaba entusiasmadísimo con su
nuevo oficio, pero tenía la suficiente humildad como para saber que necesitaba
aprender muchas cosas. Concurrió al taller literario de Marcela Predieri, y más
tarde se unió a un grupo de escritores independientes que buscaba
saludablemente el hábito de la corrección incansable y el perfeccionamiento
técnico de la escritura.
Si siempre había
escrito bien, con claridad, sencillez y buena prosa, aprender el oficio de la
escritura creativa de la mano de un taller prestigioso no podía sino producir,
en un hombre inteligente y buen lector como Fabrizio, una notable y rápida
transformación.
¡Pero lo notable, la
gran lección que nos dio a todos, es que cuando comenzó todo esto ya tenía
cerca de ochenta años!
Si a lo largo de
su vida Fabrizio fue un político honorable, un empresario exitoso y, sobre
todo, un esforzado trabajador que dejó varios dedos de su mano entre el aserrín
de una sierra de carpintería; si fue, además, un hombre íntegro a la hora de
reconocer y hacerse cargo de errores y desaciertos en algunas decisiones
políticas,
¿qué debiéramos decir de sus últimos diez años? Que fue
sencillamente ejemplar:
en la vejez
encaró la vida con una nueva pasión, una nueva perspectiva para canalizar su
sensibilidad social: la literatura.
En su libro :
“La redención alcanzada.
Una historia de Mar
del Plata”, publicado hace siete años, Luis Fabrizio exhibe sorprendentemente
el potencial de su capacidad narradora. Ese libro es la mejor demostración de
que no hay edad para iniciarse en la creación artística si se tiene entusiasmo
“juvenil”, ganas de alcanzar metas difíciles y tenacidad en el trabajo,
virtudes que por un prejuicio generalizado el mundo suele dar por extinguidas
en la gente mayor.
La enfermedad
traicionera que lo invalidó en los últimos años nos ha privado no solo del
amigo dolorosamente ausente en la mesa de café, sino de las historias que tenía
dando vueltas en su cabeza y que proyectaba escribir y publicar.
Eso se ha
perdido, pero no lo que dejó publicado que siempre releeremos, sus cuentos
aparecidos en La Capital que seguramente se reeditarán ni su admirable ejemplo
de amor por la vida productiva y el trabajo entusiasta.
Su lección nos ayudará
a reírnos de nuestros cotidianos tropiezos y a no caer en el desaliento ni en
el rencoroso rumiar de ingratitudes e imposturas.
Enrique Arenz.
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