En el último mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, Benedicto XVI señaló que «hoy, de una manera más marcada, la comunicación parece tener en ocasiones la pretensión no sólo de representar la realidad, sino de determinarla gracias al poder y la fuerza de sugestión que posee. Se constata, por ejemplo, que sobre algunos acontecimientos los medios no se utilizan para una adecuada función de informadores, sino para «crear» los eventos mismos» (cfr. No. 3).
Noticias las hay a diario y por montones. ¿Qué sucede entonces? Partimos de una realidad: hay una saturación de información. El público exige ya no sólo lo novedoso sino lo que verdaderamente capte su atención y eso dependerá también de la manera como le sea presentada.
Los medios de comunicación compiten entre sí y, en su afán por ganarse una exclusiva para hacerse con más auditorio y mantener al que ya tienen, reinventan la información creando eventos que, las más de las veces, en temas puntuales concretos, no coinciden con la realidad. Obviamente, en consecuencia, todo lo anterior les dará más entradas de dinero además de obligarles a buscar.
Ciertamente, como deja entrever Benedicto XVI, no se trata de todo tipo de informaciones sino de algunos acontecimientos en particular. ¿Cuáles?
Como reportaba Alfa y Omega (cfr. No. 557) en el artículo «En clave de conflicto, La Iglesia en España y los medios de comunicación», la así llamada «información religiosa», a secas, no interesa pues, si no hay conflicto, no vende. De hecho, el grande número de personas, incluyendo católicos, están mal acostumbrados a distinguir entre dos Iglesias: la que conoce de primera mano y la que le presenta la prensa.
Ratzinger ha experimentado en primera persona, incluso desde antes de su elección como Papa, el ser «objeto mediático» a partir del cual se han creado eventos que acaparan la atención del público en el mundo. ¿La razón? Sencilla. El Papa es la persona más global que existe y en la que media humanidad pone los ojos hora tras hora, día tras día. En otras palabras, el Papa sí vende.
Lo anterior se ha podido comprobar desde el día en que fue elegido sucesor de Juan Pablo II. Mientras la noticia era que había resultado electo, varios periódicos y noticieros vendieron la misma información con otras connotaciones: unos declaraban la llegada de un conservador a la silla de Pedro mientras otros hablaban de la entronización del «Bull dog» de la ortodoxia como cabeza de la Iglesia católica.
La polémica más fastidiosa, por sus repercusiones internacionales, fue la creada por la BBC de Londres a raíz del sacar fuera de contexto un párrafo del discurso que Benedicto XVI pronunció en la universidad de Ratisbona (un análisis minucioso lo hicimos en el artículo «La BBC y el prejuicio anticristiano» que se puede leer en el siguiente enlace).
Pero no ha sido todo. Cuando el 22 de febrero de 2007 vio la luz la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, varios medios se centraron en destacar sólo dos números de los 97 que contenía el documento y que, ciertamente, no eran los sustanciales. La reducción se enfocó a tachar al Papa de «dictador» al querer prescribir nuevamente el latín y el canto gregoriano en la liturgia de la Iglesia. Una lectura atenta y detallada del escrito nos indicaba que el Pontífice lo que había hecho fue pedir se valorara el canto gregoriano como canto propio de la liturgia romana (cfr. No. 42), recomendar el uso del latín en celebraciones durante encuentros internacionales (cfr. No. 62) e invitar a los que se preparan para el sacerdocio se iniciasen en el dominio y uso de esa lengua.
El 7 de julio de 2007, tras la aparición del documento Summorum Pontificum que posibilitaba el uso de la liturgia vigente hasta antes de 1970, no fueron pocos los medios de comunicación que tacharon de medievalista y retrógrado a Benedicto XVI al, según ellos, dar pasos atrás en materia litúrgica. Lo extraño fue que en todos los reportes de noticias no se indicaba exactamente por qué esa posibilidad de volver a usar el antiguo rito suponía un retraso y menos aún se explicaba en qué consistía y por qué se había llegado a esa resolución.
A finales de octubre de 2007, representantes del partido socialista español culparon al Vicario de Cristo y a la Conferencia Episcopal de aquel país de encrespar los ánimos de la sociedad española al aceptar la beatificación de 498 mártires de la persecución de la Iglesia en España. El diario El País se dio a la tarea de acentuar el hecho y difundir las opiniones de la parte acusante pero se le olvidó dedicar al menos un espacio a una distinción que se hizo desde Roma y recalcaron los obispos españoles: los mártires lo habían sido de la persecución religiosa, no de la guerra civil, tema sobre el que se centraban las calumnias y verdadera trama de bifurcaciones. Por entonces, además, los socialistas promovieron y aprobaron una ley en el reino que sí dividía y encrespaba a la ya polarizada sociedad español. La ley consistía en prohibir todo símbolo franquista y declarar al bloque opositor a la república que fue España como exclusivo victimario.
El 13 de enero de 2008 las calificaciones y cavilaciones se centraron de nuevo en el «conservadurismo» del Papa y sus «retrocesos» al celebrar la misa de espalda a los fieles en el altar de la capilla Sixtina con ocasión de la administración del sacramento del bautismo. Sólo los medios de comunicación católicos agregaron a la nota el porqué del hecho: en ese altar, que data del siglo XVI, no se puede celebrar de otra manera pues está adosado a la pared.
No ha sido todo. Más recientemente, el Papa ha vuelto a ser objeto mediático y «evento» a raíz de la invitación fallida a la universidad de La Sapienza de Roma, una respuesta sobre el infierno a un sacerdote salesiano el pasado 7 de febrero de 2008 en un encuentro con sacerdotes y diáconos de la diócesis de Roma y la modificación de una oración de la liturgia de Semana Santa en la que se pide por los judíos.
En el primer caso, una minutísima parte del alumnado y personal docente de la universidad que se oponían a la visita de Benedicto XVI a la máxima casa de estudios de Roma, se vieron fortalecidos por el protagonismo que les dieron los medios de comunicación al grado de perseverar en su actitud y hacer abdicar al Romano Pontífice de su intención inicial. En el segundo caso, varios presentadores y articulistas pusieron en oposición las palabras que Juan Pablo II utilizó en su momento para puntualizar la noción de infierno con las que Benedicto XVI usó en su respuesta al religioso salesiano. Efectivamente, eran diversas las palabras con las que definían el mismo concepto, pero se trataba de dos modos distintos de expresar la misma realidad. En el tercer caso se dieron eco a las declaraciones de rabinos inconformes de que se orase por ellos y de los cuales ni siquiera teníamos noción de que existían además de que periódicos, como el mexicano Reforma, entre otros muchos, calificaron el gesto de poco ecuménico cuando el ecumenismo es exclusivo de las confesiones cristianas. Lo correcto hubiese sido llamarlo «poco favorecedor del diálogo inter-religioso» aunque, aún así, sería muy parcial dado que primero deberían explicar si efectivamente afectó las relaciones judaísmo-catolicismo y poner en antecedentes de cuáles eran, algo que, para ese diario mexicano en concreto, sería mucho pedir.
Queda claro que la imagen deformada de algunas instituciones y personas no se debe únicamente a los criterios con que se trabaja la información en general y la falta de especialización con que se maneja la religiosa en particular. Es sintomático que un medio se decante por dar «pan y circo» a una auditorio que se los pide en lugar de buscar transmitir con claridad puntual los acontecimientos y ser así un factor de educación social. No está vedado el reconocer que buena parte de ello se debe al factor dinero que prima sobre el ético. Con razón Benedicto XVI ha pedido una infoética no sólo para el comunicador, sino también para el que recibe el mensaje y para el mensaje mismo.
Autor:
Jorge Enrique Mújica, LC Fuente:
ConoZe.com |
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