martes, 1 de mayo de 2012

Doctor Juan Carlo Amatucci


Educación.

La familia educa. 


La escuela enseña‏.

 Autor: Joaquín Rocha 


Psicólogo, especialista en :

Educación para la Comunicación.

Dos afirmaciones deben hacerse con una certeza casi absoluta. 

La primera es que la formación de niños y adolescentes comienza con la educación que brindan los padres. 
Por otro lado, la escuela es subsidiaria de esta educación.
La historia de cada persona comienza en las propias historias personales de cada uno de los padres.
La fantasía del hijo, por más que se niegue, se configura en todo ser humano antes del nacimiento, incluso antes de ser concebido. 
El solo pensar: “no educaría a un chico así”, “qué mal educado es” o “son padres muy permisivos” ya se está confrontando con la manera inconsciente en que cada uno educaría a un hijo.
Los primeros hábitos se adquieren dentro del seno familiar, que, junto con la “tolerancia a la frustración”, lograrán en el futuro seres adultos con capacidad de autonomía y decisión, responsables y respetuosos con los demás.
“De lo que construyan los padres día a día darán a sus hijos una recta autovaloración, suficiente autoestima; su actitud frente a la realidad y al mundo que los rodea, la seguridad en sus propias capacidades y decisiones, la calidad de relación que establezcan en su vida con sus semejantes, el manejo de la libertad, la visión global de la vida y su posibilidad de ser seres positivos que construyan una nueva sociedad” (Lic. Eduardo Gildemeister).

Muchas veces, los padres viven los “No” como algo negativo y represivo, sin embargo, es primordial que tanto ellos como quienes se encarguen del cuidado de niños los aprendan a utilizar.
Desde el nacimiento, el bebé debe acostumbrarse al ritmo de vigilia y sueño, además de una regularidad en la alimentación. Esto determina los primeros hábitos de descanso y alimentación correcta. Al realizar las primeras experiencias con el entorno (mirar, tocar, asir, arrojar, morder, lamer), los padres le dan las primeras señales de lo que esta bien o esta mal. 
Luego, instintivamente, se buscará el gesto de aprobación o desaprobación sobre lo que está haciendo. A partir de aquí, el “sí” o el “no” originan el primer código verbal de gran importancia para su formación ética y moral.
Cabe aquí destacar que los “sí” porque “sí” y los “no” porque “no” no sirven para la instalación positiva de una conducta vincular. 
Una explicación adecuada ayudará a que surjan sin rebeldías hábitos de obediencia.
“La alabanza cuando haga bien las cosas y el castigo si las hace mal deben acompañar el sí y el no. 
Por otra parte, el castigo no tiene una misión de escarmiento, sino que cumple una función compensatoria para eliminar el sentimiento de culpabilidad por el error cometido. 
El castigo educativo debe ser simbólico, inmediato a la falta, muy breve. 
Aquí se inician los primeros hábitos de autonomía, responsabilidad, orden y organización en estado muy primario. También se siguen afirmando los hábitos de descanso, alimentación, control de esfínteres y obediencia” (Lic. Irma Liliana del Prado).

La autoridad practicada por amor y con amor es un instrumento indispensable para hacer posible una educación positiva aparte de generar un crecimiento sano en los chicos. Les proporciona las herramientas necesarias para que se muevan, en el futuro, en la sociedad. La autoridad ejercida con respeto fomenta un clima de asertividad en la familia, que el niño llevará como impronta adonde quiera que vaya o esté.

La escuela es subsidiaria de esta educación, y se hace necesario que los alumnos lleguen con un cúmulo de hábitos y capacidades sociales desarrolladas desde el hogar. Esto le permitirá, con mayor facilidad y sin obstáculos, enseñar a pensar para resolver problemas que, en la vida, no admiten soluciones simples, unívocas y prehechas.
La escuela colabora con la familia, más allá de la transmisión de contenidos científico-culturales, con el ejercicio de una reflexión que sea antesala de la acción, el desarrollo de una conciencia crítica y de la capacidad para adecuarse a la realidad.

La escuela constituye un eslabón más en la educación de una persona y no debe ser considerada como el único lugar de esa educación. Su función es enseñar a aprender y otorgar las herramientas para que niños y jóvenes profundicen en aquellos temas que les resultan de interés.

Si la función primordial de la familia es educar en la libertad y la autonomía, la función primordial de la escuela será la de asegurar el acceso al conocimiento socialmente válido y la promoción de aprendizajes significativos; sostener valores previamente consolidados y legitimados en el seno familiar sobre los cuales se basará todo vínculo social, y fomentar conductas de verdadera ciudadanía.

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