sábado, 27 de octubre de 2012

Es bueno escuchar a la voz del hombre común.

Genial!!!

Respuesta a :
Juan  Pablo Feinmann.
Filosofo 
octubre 3, 2012

Por:

Fabián Ferrante.

(Hombre de la calle que no terminó el secundario, 

pero fue bendecido por conocer mujeres 

admirables)

Sobre el patrimonio de Cristina.


Sin la menor duda, señor Feinmann, 
hay otros patrimonios en la Argentina que se han multiplicado muchísimo 
más, nadie duda eso.
Patrimonios que, por cierto, la autoridad gubernamental de contralor tiene la potestad de investigar y, eventualmente, sancionar, si la sanción cupiera.
Pero en este punto se le está escapando un detalle que no parece menor: el de Cristina Fernández no es “un patrimonio cualquiera”; es el patrimonio de la Presidente de una Nación.
Una presidente que respondió con meridiana claridad al justificar su patrimonio en que “ha sido una exitosa abogada”, pero resulta que jamás ha estado matriculada en colegio de abogados alguno a lo largo y ancho de la Argentina, y no se han encontrado hasta el presente escritos ni presentaciones que muestren su firma en carácter de abogada.
Un patrimonio que se incrementó en un 3540% en 8 años, durante los cuales el matrimonio Kirchner ocupó alternativamente los cargos de Presidente de la Nación, Senador por la Pcia. de Bs. As. y Diputado Nacional. 
Usted no debe atacar a la “señora del común” que no quiere a Cristina, usted debería explicar cómo hizo Cristina para lograr tamaño incremento patrimonial de manera legal.
Pero no lo hacen; ni ella ni usted, Sr. Feinmann.
Sobre las mujeres del común y Cristina
Si, tal como usted afirma, el presunto “odio” del que acusa a la “señora del común” se tratara de envidia hacia lo que tiene Cristina, le pido, Sr. Feinmann, me explique por qué motivo esa misma señora no “odia” a mujeres como Susana Giménez o Mirtha Legrand, por poner dos simples casos de mujeres argentinas populares que tienen un patrimonio ciertamente alto, acaso tan alto como el de la propia Cristina Fernández o más.
Lejos de odiarlas, hasta me da la impresión de que las quieren, vea…
Pero en algún sentido, Feinmann, es probable que Ud. tenga algo de razón cuando dice que la “señora del común” no tiene lo que sí tiene Cristina.
La señora, la mujer de la calle, la mujer del común, no sólo no tiene el patrimonio de Cristina, tampoco tiene su sed de revancha histórica, tampoco tiene su descaro para mentir en público, tampoco tiene su sorna, tampoco tiene su sarcasmo. La señora del común se define como señora, como mujer, y no como “cuadro político”, ni como “militante”. Es, en todo caso, una sufrida militante de la vida cotidiana.
Entonces, yo creo, Sr. Feinmann, que usted defiende tanto a Cristina porque, posiblemente ella le haya permitido tener sus 15 minutos de fama, tal como refería Warhol, que le permiten salir a agredir y a atacar impunemente a la gente del común por el mero hecho de pensar distinto.
Creo que usted la defiende porque tiene un ciclo propio en un canal cultural desde donde puede eyacular libremente sus presuntas condiciones de filósofo, aunque con esta carta haya demostrado que es un filósofo que no conoce ni comprende al primer y principal actor de la vida en cualquier parte del mundo: la gente.
La señora del común, puesta a disertar en las Naciones Unidas, probablemente pueda explicar sin leer un solo papelito cómo se aman, se crían y se educan hijos, o cómo se sostiene la estructura familiar desde la moral y desde la cultura del trabajo y el esfuerzo. No necesitaría papelitos para hacerlo, tampoco zapatos Louboutin ni ferretería dorada de decenas de miles de dólares.
Y demostraría, sin la menor duda, que no sólo está contenta con su vida, con la que eligió, y para la que trabajó, sino que también está orgullosa.
Sr. Feinmann, si su razonamiento filosófico al momento de hablar de mujeres pasa por comparar entre estar viejita o no, si estar fulera o no estarlo, ser un bagayo o no, si de joven fue linda o no, me permito decirle, con el mayor de los respetos, no solamente que Ud. no entiende absolutamente nada de filosofía; usted, claramente, tampoco entiende absolutamente NADA de mujeres.
Al leer sus económicos conceptos, uno barrunta que está escribiendo sentado en el inodoro y con una revista en la mano… pero no se preocupe, a su edad no le saldrán pelitos en las palmas de las manos.
Una MUJER con mayúsculas y con todo lo que implica, está infinitamente más allá de las banalidades adolescentes a las que usted refiere en sus comparaciones.
A las mujeres del común no les pasa con Cristina lo que usted infiere; les pasa algo diferente: sienten vergüenza de que las presida un “cuadro político militante” que cada día tarda horas en colocarse un disfraz televisivo y que llega al increíble sinsentido de tratar de esconder su auténtica apariencia a “cara lavada”.
Yo no creo que lo que usted dice sea lo que les pasa a las mujeres; lo que yo creo es que usted a lo largo de su vida claramente no ha tenido la fortuna de conocer demasiadas mujeres…
Sobre los hombres y Cristina
Ante todo, le agradezco que me aclare que Cristina Fernández es imposible para mí. Si bien ya lo intuía desde antes, aquí llega usted a brindarme tranquilizadoras certezas.
No deja de tener razón cuando dice que ella ha hecho una carrera política brillante: es inobjetable. Lo que resulta ciertamente lastimoso para todos es que la persona a la que un filósofo argentino destaca como “la mejor de todos” no haya tenido la mínima altura intelectual ni las indispensables condiciones políticas para poder llevar adelante sendos cuestionarios de estudiantes universitarios de USA en dos universidades.
Resulta penoso para el país y también para la Patria, si me permite la diferenciación, que usted propugne la exaltación pública de quien hace 9 años que gobierna este país sin tener mínima argumentación para responder preguntas ciertamente básicas.
Resulta dramático que la señora y el señor del común deban asistir por TV al desenfoque casi histérico y plagado de menoscabo y agravio que su admirada presidente realizó sobre chicos temblorosos que preguntaron trivialidades.
Nueve años gobernando un país para que ni siquiera las trivialidades puedan ser respondidas.
Usted habla de fundamentaciones, dice que su relato (suyo) está argumentado y entonces se lo debe respetar, y etc., etc., etc..
Sr. Feinmann, uno puede respetarle su libertad de proclamar vulgaridades, pero no pretenda que, además, se lo festeje.
Si usted ha vivido en la desdicha de no conocer mujeres que se auto sustenten y no se tiren a los pies de nadie, más que criticarlo lo compadezco.
Este país está superpoblado de mujeres con esas características, mujeres que estudian, trabajan y educan a sus hijos, y todo a un tiempo.
Mujeres que enseñan, que educan, que investigan, mujeres que escriben, pintan, cantan, bailan, componen bellas canciones y realizan tareas artísticas para la comunidad y para la posteridad.
Mujeres que desde el anonimato absoluto acompañan a enfermos terminales sentadas junto a su lecho de enfermo.
Mujeres que, como Margarita Barrientos, dedican su vida a ayudar a los que menos tienen desde el simple y básico hecho de proveerles alimentación sin pedir nada a cambio; y le aseguro Feinmann, que ella, cuando se para frente a las enorme ollas del comedor Los Piletones, no usa ni ironía ni sarcasmo ni carteras Louis Vuitton. Mete manos a la obra cortando cebollas y revolviendo el guiso que va a alimentar a los chicos de los que todos se olvidan siempre. Tanto desde La Matanza cuanto desde Harvard.
Este país está lleno de hombres que tuvimos y tenemos la dicha de ser acompañados por mujeres admirables, hermosas o no tanto, jóvenes o no tanto, pero con lo más importante: un alma adentro.
Le reitero mi pésame a causa de sus evidentes carencias respecto del género femenino.
Cuando lo leo describir su visión acerca de hombres, mujeres y sus interrelaciones y visiones, me da la impresión de que usted no se sienta a tomar café con amigos desde 1964.
Si el discurso político del gobierno nacional al que usted suscribe atrasa 35 años, su enfoque personal sobre la vida y sobre la gente atrasa 50.
Tiene muchísima razón cuando dice que “no somos todos iguales intelectualmente”, Feinmann.
El intelecto se desarrolla en los claustros, con los libros, y en la calle.
Y a usted es evidente que alguien le ha negado la tercera bendición.

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