domingo, 2 de septiembre de 2012

Algunas propuestas básicas... que les permitan soñar...

Sueños y Pirámides.

por Enrique G. Avogadro‏.


"La democracia no es sólo convocar elecciones: 
es Estado de derecho, 
sistema de reglas,
poderes separados, 
prensa autónoma, 
magistratura independiente." 
Gianni Vernetti.



Quienes nos consideramos adversarios de 

este Gobierno estamos obligados, por la 

historia por la hora, a ofrecer a nuestros 

conciudadanos algunas propuestas básicas 

que les permitan soñar  y respondan, más 

allá de cualquier bandería política y 

centrados sólo en el amor a la Patria y en el 

sentido común, como herramientas para 

sacar a la Argentina de este marasmo de 

sinrazón en el que se encuentra sumida.

Para comprender la urgencia del tema, por 

el obvio paralelismo con lo que nos sucede, 

creo que una excelente y, a la vez, 

imprescindible idea es asistir a una 

conferencia que diera la Diputada María 

Corina Machado, una audaz y comprometida 

venezolana, que describe lo sucedido en su 

país, tanto en su gobierno cuanto en la 

oposición. Basta con pinchar en este link –o 

copiarlo en el navegador de Internet- para 

llegar a ella: http://tiniurl.com/9aogf4b.

No se trata ya de criticar a la familia 

imperial, que sólo reprodujo a escala 

nacional el modelo que ya había aplicado en 

Santa Cruz y que muchos prefirieron 

ignorar. 

Al contrario, creo que lo que pasó, pasó, y 

no tiene arreglo y, por eso, formulo una 

propuesta para actuar sobre el presente, 

para tratar de tener un futuro, como país, 

como república y como sociedad, en paz y 

libertad.

En ese sentido, creo que los diez principios 


convocantes,  aún para quienes piensen 

distinto en los detalles, deben ser:

Respetar irrestrictamente la Constitución, 

las leyes y los contratos.


 Renovar el federalismo, con su natural 

correlato en un nuevo ordenamiento fiscal 

que  devuelva a las provincias sus recursos.


         Afianzar la división de poderes del Estado, 
 con una limpieza profunda del Poder 
 Judicial, para devolver a los ciudadanos la 
  garantía frente a los abusos del Ejecutivo.
 4.Recrear los organismos de control del 
 Estado, dando a la oposición el rol que las 
 leyes le atribuyen en la integración de los             
 mismos, y terminar con la influencia de la 
 política en el Consejo de la Magistratura.
 5. Aplicar un régimen de “tolerancia cero” a 
 los delincuentes y a las fuerzas de 
 seguridad.
 6. Establecer una política fiscal responsable para terminar, en el más breve plazo 
  posible, con el flagelo de la inflación.
 7. Recuperar la seguridad jurídica, para que 
 vengan al país las indispensables inversiones, 
 con control estatal de su aplicación y 
 destino.
 8. Luchar frontalmente contra la droga y su 
 tráfico, y contra el lavado de dinero.
 9.  Establecer la obligatoriedad del “juicio de 
 residencia” para todos los funcionarios de 
 alto nivel del Estado al dejar su cargo, para 
 que expliquen y justifiquen su eventual 
 incremento patrimonial.
10.Restaurar la enseñanza pública de 
 excelente nivel, y el principio de autoridad 
 en las aulas y claustros.
Si logramos unirnos detrás de esas 
banderas, que deberían ser comunes a todos 
los ciudadanos de bien, podremos convertir a 
la Argentina en el país que debiera haber 
sido, dejando de ser éste, un verdadero 
paria, en el que lo hemos transformado. Esa 
es la sintética propuesta que contiene “La 
Argentina que quiero” 
(http://tinyurl.com/9r9kn4d), ese punto de 
reunión que hemos creado para aunar esas 
voluntades dispersas, pero que exigen 
soluciones inmediatas.
Por lo demás, se están organizando dos 
marchas cívicas, los días 13 de septiembre y 
1º de octubre, a las que resulta 
indispensable que la ciudadanía concurra, 
para expresar que no quiere otro país y 
defender la libertad y la Constitución. Y 
otra buena idea, que pertenece a Jorge 
Raventos, es que los gobernadores no 
oficialistas –Macri, De la Sota y Bonfati- 
convoquen a sendos plebiscitos en sus 
provincias, para preguntar a sus habitantes 
si tienen interés en que se modifique la 
Carta Magna y se permita la re-reelección 
de la viuda de Kirchner.
La eterna viuda de Kirchner dijo, esta 
semana, que creía descender de algún gran 
arquitecto egipcio. Más allá del delirio 
faraónico que ello implica, que sucede a su 
sentirse Napoleón”, alguien debería explicar 
a nuestra primera mandataria que su 
presunto antecesor construyó monumentos 
que han durado siete mil años, y ni siquiera 
Hitler, con su Reich de 1000, logró algo 
parecido.
La encuesta de Management & Feet de la 
semana pasada, que desnudó la velocidad con 
que está cayendo la imagen del Gobierno y 
de la señora Presidente –casi la de un piano 
en el vacío- no sólo llegó como un huracán 
destituyente a Olivos, afectando la golpeada 
psiquis de la primera mandataria, sino que 
ha llevado a las primeras espadas del 
cristinismo a acelerar el proyecto de reducir 
la edad mínima para emitir el voto a los 
dieciséis años y a otorgar esa facultad a los 
extranjeros que residen permanentemente en 
el país.
En el imaginario oficial, toda esa gente –
nada menos que tres millones de electores 
potenciales- se inclinaría por los candidatos 
del Gobierno, permitiendo a éste alcanzar el 
indispensable umbral del 40% y, con ello, 
mejorar las hoy remotas chances –salvo que 
otra vez prime la estupidez o la codicia de 
los opositores- de obtener los dos tercios 
de los votos totales que la Constitución exige 
para su modificación. Demás está decir que, 
desde las usinas de la Casa Rosada, también 
se está motorizando la difusión de la teoría 
que pretende que, donde dice “totales”, 
debe entederse “presentes”; supongo que 
eso permitiría a muchos legisladores con 
súbitas afecciones prostáticas intentar 
quedar bien, como sucedió durante la sanción 
de la confiscación de Ciccone, con Dios y con 
el diablo, ya que les daría la posibilidad de 
dar quórum, como necesita el Gobierno, e 
irse al baño a la hora de votar.
Sin embargo, quienes están militando a 
favor de esos peregrinos proyectos –
pretender que es sano votar a los 16, 
cuando la mitad de los estudiantes 
secundarios no consiguen entender lo que 
leen es, cuando menos, una infamia- parece 
que no han prestado demasiada atención a un 
dato concreto de la tan preocupante 
encuesta: la mayoría de los jóvenes se 
inclina por Mauricio Macri, no por doña 
Cristina. Y esto es comprensible, ya que en 
su casa y en el colegio perciben que el 
dinero ya no alcanza, que la inseguridad los 
afecta en directo y los asquea la descarada 
corrupción de los funcionarios, casi tanto 
como la falta de entonación de Guita-rrita 
cuando canta, aunque lo haga acompañado 
por un granadero de uniforme.
A pesar de la conspicua ausencia de la 
inseguridad en todos los discursos oficiales, 
salvo cuando se la menciona como sensación”, 
se trata del mayor problema de la época, 
tal como muestra el relevamiento 
mencionado: nada menos que el 84,1% lo 
considera así. El segundo es, obviamente, la 
inflación, y la corrupción está comenzando a 
subir rápidamente en el ranking. 
Por explicables razones, la señora 
Presidente no habla de ninguno de los tres, 
mientras fustiga a sus gobernados con sus 
prolongadas diatribas en cadena.
Debemos plantarnos frente a este relato, y 
decir la verdad. Más allá de la natural 
adhesión que generan las políticas 
clientelísticas sobre los más necesitados, y 
con una profunda confianza en su instinto 
profundo, Pero, para que eso funcione, 
debemos explicar a esos presuntos votantes 
del oficialismo prebendario cuánto debe su 
miseria actual al populismo del Gobierno. 
Contar, en cada barrio y en cada villa, que 
las privaciones que padecen, que el temor a 
perder lo poco que tienen y hasta el empleo 
se debe, exclusivamente, a las políticas 
pseudo progresistas que el cristinismo 
aplica.
Tenemos que salir a difundir la verdad. 
A relacionar las inversiones con el progreso, 
con la educación, con el trabajo, con el 
salario, con la vivienda, y contarle a quienes 
lo ignoran que, sin ellas, nada de eso será 
posible, que cada vez serán más pobres. 
Nadie, en su sano juicio, pretende que el 
Estado desaparezca, pero sí que cumpla sus 
roles específicos, aplicando políticas que 
tiendan al desarrollo común y armónico; pero 
tampoco que se haya transformado, otra 
vez, en el monstruo capaz de consumir todo 
esfuerzo y toda iniciativa individuales, 
sometidas al solo arbitrio de los funcionarios 
de turno.
Para concluir, citaré a Cicerón quien, cien 
años antes de Cristo, dijo: 
El buen ciudadano es aquél que no puede 
tolerar en su patria, un poder que pretende 
hacerse superior a las leyes”. 
Parece mentira que, veinte siglos después, 
aún no lo hayamos aprendido.
Bs.As., 2 Sep 12.

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